Charles Bukowski - Cojones

 No soy un hombre muy agradable. No conozco esa palabra. Yo siempre he admirado al villano, al fuera de la ley, al hijo de perra. No aguanto al típico chico bien afeitado, con su corbata y un buen trabajo. Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos y mentes rotas y destinos rotos. Me interesan. Están llenos de sorpresas y explosiones. También me gustan las mujeres viles, las perras borrachas, con las medias caídas y arrugadas y las caras pringosas de maquillaje barato. Me interesan más los pervertidos que los santos. Me encuentro bien entre marginados porque soy un marginado. No me gustan las leyes, ni morales, religiones o reglas. No me gusta ser modelado por la sociedad.

Una noche, estaba bebiendo con Marty, el ex-presidiario, en mi habitación. No tenía trabajo. No quería tener trabajo. Sólo quería sentarme con los zapatos quitados y beber vino y conversar, y reírme, a ser posible... Se abrió la puerta. Era nuestra casera, una atractiva rubia de veintipocos años.

—Señor Chinaski escuche—dijo ella— quiero decirle algo. Le vi meando la otra noche en la puerta de al lado, y como siga haciendo eso, le voy a echar de aquí. Alguien ha estado también meando dentro del ascensor. ¿Ha sido usted?

—Yo no meo en los ascensores.

—Bueno, yo le vi anoche mear en la puerta de al lado. Estaba mirando. Fue usted.

—Y un cuerno que fui yo.

—Estaba demasiado borracho para enterarse. No vuelva a hacerlo. Cerró la puerta y se fue.

Unos minutos más tarde, estaba sentado bebiendo vino y tratando de recordar si había meado en la puerta vecina, cuando se oyó un golpe en mi puerta. Era Marty.

—Estoy enamorado —dijo.

¿Tú crees en el amor? —me preguntó.

—Supongo. A mí me pasó una vez.

—Dios, es joven. ¡Y vaya cuerpo! La amo, tío, ¡la amo de verdad!

—Oh, coño, Marty, eso es sólo sexo.

—¿Y dónde está ella?

Cristo, la han metido en una habitación del sótano. Por no poder pagar el alquiler.

—¿El sótano?

—Sí, tienen una habitación allá abajo con todas las cazuelas y la mierda. 

—Es increíble.

—Sí, ella está allá abajo. Y yo la amo, tío, y no tengo nada de dinero para ayudarla.

Bajé en el ascensor al primer piso, con la botella de whisky barato que había robado en la tienda de licores de Sam una semana antes. Serían la una o las dos de la madrugada. Llamé a la puerta. Esta se entreabrió y allí estaba una mujer verdaderamente preciosa en camisón. No me esperaba tanto. Joven, rubia y con labios de fresa. Yo no podía creerlo, pero Jeanie parecía normal, incluso saludable. Eso sí, disfrutó su whisky. Se lo bebió en silencio conmigo. Yo había bajado con un enfebrecido ataque de ansiedad, pero ahora la ansiedad había desaparecido. Quiero decir que si ella hubiese sido una marranita o tuviese algo indecente o feo (un labio leporino, cualquier cosa) yo hubiera estado más cachondo y más dispuesto a enguilármela.

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—Señor Chinaski escuche—dijo ella— quiero decirle algo. Le vi meando la otra noche en la puerta de al lado, y como siga haciendo eso, le voy a echar de aquí. Alguien ha estado también meando dentro del ascensor. ¿Ha sido usted?  —Yo no meo en los ascensores.  —Bueno, yo le vi anoche mear en la puerta de al lado. Estaba mirando. Fue usted.  —Y un cuerno que fui yo.  —Estaba demasiado borracho para enterarse. No vuelva a hacerlo. Cerró la puerta y se fue.  Unos minutos más tarde, estaba sentado bebiendo vino y tratando de recordar si había meado en la puerta vecina, cuando se oyó un golpe en mi puerta. Era Marty.  —Estoy enamorado —dijo.  ¿Tú crees en el amor? —me preguntó.  —Supongo. A mí me pasó una vez.  —Dios, es joven. ¡Y vaya cuerpo! La amo, tío, ¡la amo de verdad!  —Oh, coño, Marty, eso es sólo sexo.  —¿Y dónde está ella?  Cristo, la han metido en una habitación del sótano. Por no poder pagar el alquiler.  —¿El sótano?  —Sí, tienen una habitación allá abajo con todas las cazuelas y la mierda.   —Es increíble.  —Sí, ella está allá abajo. Y yo la amo, tío, y no tengo nada de dinero para ayudarla.  Bajé en el ascensor al primer piso, con la botella de whisky barato que había robado en la tienda de licores de Sam una semana antes. Serían la una o las dos de la madrugada. Llamé a la puerta. Esta se entreabrió y allí estaba una mujer verdaderamente preciosa en camisón. No me esperaba tanto. Joven, rubia y con labios de fresa. Yo no podía creerlo, pero Jeanie parecía normal, incluso saludable. Eso sí, disfrutó su whisky. Se lo bebió en silencio conmigo. Yo había bajado con un enfebrecido ataque de ansiedad, pero ahora la ansiedad había desaparecido. Quiero decir que si ella hubiese sido una marranita o tuviese algo indecente o feo (un labio leporino, cualquier cosa) yo hubiera estado más cachondo y más dispuesto a enguilármela.

MIRA : Charles Bukowski, el viejo indecente


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